Los nativos digitales también sufren la brecha digital
Fecha: 13 Sep 2020
Un inicio de curso marcado por la desigualdad
• UGT exige y reitera la puesta en marcha de un Plan Nacional de Inclusión Tecnológica que incluya medidas para este y otros colectivos olvidados por las Administraciones Públicas (AAPP).
• El alumnado de Educación Secundaria (ESO y Bachillerato), Formación Profesional e incluso el universitario también sufre las consecuencias de la Brecha Digital. Hay que tener en cuenta las desigualdades territoriales, las dificultades del medio rural, y la barrera que supone esto supone para garantizar la igualdad de oportunidades educativas y laborales para los jóvenes.
• Unas 800.000 personas con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años no disponen de la formación digital necesaria para estudiar online. En términos comparativos, nuestra juventud se encuentra lejos de la media europea.
El inicio del año escolar 2020-21, claramente marcado por la pandemia Covid19, vendrá acompañado de un elevado número de clases a distancia, impartidas a través de medios digitales.
Este uso masivo y generalizado de nuevas tecnologías volverá a aflorar la gran Brecha Digital que sufre nuestro sistema escolar, en términos de infraestructuras digitales (ausencia de conexiones de alta velocidad en las escuelas, así como dotación de ordenadores, pizarras electrónicas, etc.) o de competencias del profesorado.
El tamaño y alcance de esta desigualdad tecnológica hace que, en muchas ocasiones, se pierda de vista cómo afecta la Brecha Digital a nuestra juventud, en la creencia de que al identificarlos como “nativos digitales”, ya están exentos de carencias al respecto. Nada más lejos de la realidad: nuestros adolescentes también sufren, y mucho, los efectos de la Brecha Digital.
Y en este sentido, hay que tener en cuenta las desigualdades formativas, muchas veces influidas por las territoriales, la falta de acceso a dispositivos adecuados o a una conexión funcional a Internet, fuertemente condicionadas por las diferencias de recursos económicos. No hay que olvidar los niveles de riesgo de pobreza tan alarmantes entre población joven.
Un 13,3% de nuestros jóvenes con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años no disponen de suficiente formación digital como para usar recursos de aprendizaje online o manejar una hoja de cálculo, tal y como constata el INE. Dicho de otro modo: unos 800.000 estudiantes de FP, ESO, Bachillerato o Universidad, no podrán redactar en un procesador de textos, no podrán hacer una presentación informática que plasmase sus tareas escolares o subirla a un espacio común en Internet.
Si se desglosan estas carencias, un 12% de las personas adolescentes no acreditan ni una sola competencia informática básica, como la capacidad de editar una foto, crear una presentación o usar una hoja de cálculo. Otro 7,7% solo sería capaz de hacer una de las tres tareas anteriores. Entre ambos colectivos, estamos antes 800.000 personas con edades comprendidas entre los 16 y los 24 años carecen de la mínima formación necesaria para estudiar online.
Las dificultades de nuestra juventud, opacadas por la idea equivocada de que han nacido “con un móvil debajo del brazo”, se hacen mayores a medida que incrementa la dificultad de la tarea a desempeñar. Si un 90% de ellos demuestran saber copiar un fichero, este porcentaje baja 78% a la hora de confeccionar una presentación online, reduciéndose al 44% si se demanda funciones avanzadas en una hoja de cálculo. Hasta tal punto llegan las carencias, que sólo un 14,5% de nuestra juventud sabe programar, una habilidad digital que, por si sola, dota de una elevadísima empleabilidad. No cabe ninguna duda que las personas con estas insuficiencias tendrán muchísimo más difícil desarrollar su formación, lo que representa un severo problema de desigualdad y un freno al ascensor social que representa una educación de calidad.
Es necesario hacer frente a la falta de estas habilidades, un lastre para un futuro empleo cada vez más digital, precisa medias urgentes y prioritarias. No podemos esperar más: no se trata de una carencia que pueda resolverse de la noche a la mañana; precisa de inversión, tiempo, planificación y sensibilización. Nos jugamos el futuro de nuestra juventud, y por tanto, de nuestra economía y nuestra sociedad en términos de igualdad y justicia social.